Al reflexionar sobre la palabra «emoción», podemos descomponerla en su raíz: E (hacia afuera) y MOTIO (movimiento). Así, la emoción no solo nos impacta, sino que también nos moviliza. ¿Entonces, la emoción tiene movimiento? Sin duda. Cada emoción desencadena un cambio interno, comenzando con una agitación intensa y una conmoción orgánica.
Nuestro cuerpo no es solo un vehículo para transitar la vida; es nuestro “templo”. A medida que aumentamos nuestra conciencia, comprendemos que estamos hechos de sensaciones, pensamientos y recuerdos que dan vida a nuestras emociones.
Surgen preguntas: ¿Cuál es el alimento que realmente nos nutre? ¿Podemos identificar nuestras alegrías y temores? ¿Qué pensamientos nos impulsan y cuáles nos paralizan? ¿Cómo nos afecta lo que sentimos? ¿Podemos controlar esas emociones, retenerlas, dejar que fluyan, o nos afectan de forma negativa?
Cuando sentimos, ¿qué ocurre en nuestro cuerpo? ¿Cambian nuestros movimientos y expresiones?
Pausa. Silencio.
Reflexiono sobre la emoción que representa el agua: un flujo que recorre nuestros cuerpos. Somos responsables de permitir que esa corriente circule, aceptando lo que nos atraviesa y lo que experimentamos. Debemos reunir el coraje necesario para enfrentar cualquier adversidad, “oxigenándonos por completo”.
Te invito a realizar un ejercicio personal para explorar tus emociones.
Coloca un incienso que te guste o enciende una vela para armonizar el ambiente. Siéntate en el suelo en la postura de «indio». Cierra los ojos y comienza a respirar: inhala profundamente, siente el vacío y exhala.
Frota tus manos hasta generar calor y colócalas suavemente sobre tus ojos. Una vez más, respira: inhala, siente el vacío y exhala.
Percibe tus sensaciones, toma un momento para conectar con tu cuerpo. Luego, frota nuevamente tus manos y colócalas sobre tu pecho. Respira de nuevo: inhala, siente el vacío y exhala.
Ahora, repite este gesto, colocando tus manos en la parte de tu cuerpo que necesite atención. Cuando estés listo, abre los ojos.
Respira: inhala, siente el vacío y exhala.
Ahora, acuéstate en el suelo. De a poco, permite que tus brazos se muevan, rompiendo la verticalidad. Deja que tus piernas acompañen el movimiento con trazos ondulados.
Lentamente, apoya tus manos en el suelo junto a tus pies y comienza a levantarte, regresando a la postura de «indio». Finalmente, cuando estés listo, levántate.
Por último, respira: inhala, siente el vacío y exhala.